En 1977 en Londres Virgin Records lanzaba un extraño disco de una banda que, a pesar de sus limitadas capacidades técnicas, se había convertido en un fenómeno en el underground británico, el famoso ‘Never Mind the Bollocks’, el que sería, a su vez, el único álbum de estudio de la banda The Sex Pistols.
Los Pistols condensaban el descontento adolescente de una sociedad británica pauperizada de los barrios bajos que veían amenazados su futuro y sus posibilidades, al tiempo que Inglaterra se paralizaba por constantes huelgas —huelgas que, a la postre, terminarían con el impeachment de James Callaghan—. Si bien el punk de mohawks, ganchos de nodriza y tartan era impulsado estética y musicalmente por la pareja Malcolm McLaren y Vivienne Westood, detrás de esa imaginería se encausaba un descontento legítimo de una juventud nihilista y contestataria en un país con una economía en declive que pretendía sostenerse por el orgullo nacional de haber derrotado a los nazis tres décadas atrás. Sin sospecharlo McLaren ni Westood, el punk se iría renovando a sí mismo alrededor de todo el globo como un movimiento perenne, canalizando ese mismo sentimiento de descontento.
En 1986, en Medellín, a 8.500 kilómetros de Londres, había muchas menos razones que en Inglaterra para creer en una escala de valores tradicionales que prometían un futuro y una vida; no solo se trataba de que la clase trabajadora estuviera precarizada; no era necesariamente al gobierno del país a quien le podían reclamar con protestas como ocurrió en el ‘invierno del descontento’ que acabó con la dimisión de Callaghan del 10 de Downing Street; en Colombia la muerte estaba al orden del día, y ni siquiera se trataba de un conflicto externo —como el que movió a las juventudes estadounidenses en contra de la Guerra de Vietnam en los 60s— no era una guerra civil tampoco, ni siquiera se trataba de una cuestión de ideales: la muerte estaba a la orden del día porque en Colombia el poder lo ostentaban narcotraficantes que en su avidez de sostener su negocio ilícito, de expandirlo, de eliminar a sus competidores o de jugarle un pulso violento al Estado habían hecho paisaje los bombazos que podían estallar en cualquier ciudad y que llamaban a la gente al miedo y a quedarse en sus casas. El dinero que corría a raudales en el bajo mundo hacía de las comunas de Medellín una leva constante en la que se reclutaba a los niños como sicarios, o que introducía en el comercio sexual a las niñas que le gustaran al mando medio del narcotráfico, cuando no a los grandes capos.
«there’s no future… no future… no future for you»
Para muchos jóvenes paisas, las expectativas y las esperanzas de tener una vida congrua en un futuro se habían desmoronado. El mismo sentimiento que condensaban los Pistols cuando Johnny Rotten espetaba ante un micrófono «there’s no future… no future… no future for you», se asentaba en una generación punk en la que aparecerían bandas como IxRxAx, MutanteX o Desadaptadoz, y Víctor Gaviria lo retrataría con un toque entre lo documental y el neorrealismo en su cinta, hoy clásica, Rodrigo D. No Futuro.
Entre estos jóvenes paisas, un metalero Dilson Díaz, quien para entonces había enterrado ya a más de la mitad de sus amigos, decidió mudarse de Medellín y establecerse en Bogotá, y en el Barrio los Alcázares haría una banda punk con el bogotano Héctor Buitrago. Si bien la dupla se escindió y Buitrago continuaría haciendo punk con los Aterciopelados y cantándole al No Futuro—solo por un par de discos, antes de entrar en una metamorfosis que llevó el sonido de Aterciopelados a parcelas muy alejadas de lo que inicialmente transmitían—. Por su parte, La Pestilencia continuaría al mando de Díaz, manteniéndose siempre rabiosa y contestataria con canciones potentes como Soldado mutilado y Vive tu vida. Sin embargo, el retrato nihilista por antonomasia del dolor y la rabia de esa juventud a la que la violencia le había arrebatado su vida sería convertido en canción por la Pestilencia quince años después de que el proyecto comenzara, creando un himno punk que es, de lejos, más desgarrador y más iracundo que el No future/God save the Queen de los Pistols.
Soñar Despierto:
Soñar Despierto es un reclamo a todas las generaciones que manejando el poder, legal e ilegal de la sociedad colombiana, permitieron que el país se convirtiera en un baño de sangre donde solamente la violencia por la violencia se imponía; un conflicto patético en el que no existía heroísmo, y no existían valores por los que morir ni por los que matar. Denunciaba la mojigatería con la que desde el sistema educativo y la cultura de la ‘gente de bien’ se pretendía exaltar unos valores que ni siquiera pudieron conocer los jóvenes que murieron en las calles de Medellín como víctimas colaterales, o como mercenarios del narcotráfico.

En Soñar Despierto, se hace un doloroso autorreconocimiento de la miseria moral de una generación que estaba encasquetada en la violencia sin poder producir nada positivo cuando de nada positivo habían bebido anteriormente: «Ahora ustedes pretenden infundirme valores; y yo qué puedo hacer si me he formado en la nada y me he criado en el miedo»; «Mi mente es cárcel autómata y repite lo que ve de todos, saciarme hasta morir y que me importen los demás»; «Ese mundo perfecto aquí nunca llegó».
En Colombia no teníamos una reina que encarnara unos valores nacionales tradicionales; había solo gobiernos ilegítimos aconchados con el mismo narcotráfico que venía metiendo dineros oscuros y convenientes elección tras elección desde la década de los setenta. No había una figura de respeto cuya figura estuviera reconocida por los sectores conservadores; la decadencia en la que Colombia se había hundido le había entregado los hilos del poder a personajes deleznables sin ninguna dignidad que manchar: todos sabían que Pablo Escobar o los Rodríguez eran personas despreciables; aunque dentro del nihilismo cultivado por la violencia, muchos quisieran emularlos.
Mientras No Future/God Save the Queen enfilaba baterías en contra de la jefe de Estado británica; La Pestilencia le gritaba a la sociedad en abstracto, a la violencia sin rostro que se había apoderado de las calles, al miedo incierto e impersonal que como un aire infecto campaba por las ciudades colombianas.
Soñar despierto es, quizá, el himno punk más descarnado que alguna vez se haya hecho, porque entre las muchas sociedades corruptas, deprimidas y pauperizadas que acunaron diferentes movimientos punk a lo largo del mundo; ninguna tan ruin ni tan infame como la que crio a Dilson Díaz.
Redacción:

Daniel Andreas: abogado y profesional en Filosofía y Humanidades, docente universitario de historia, filosofía y derecho. Voz activa en la escena musical alternativa de Bogotá, tertuliano en los programas radiales digitales Aula del Rock y Sonorama (2014 y 2016). Vocalista y compositor de la banda de postpunk Tragedia Doméstica (2009-2014), también integró la banda de darkwave Antiflvx en 2017. Desde 2009, ha sido selector y gestor de eventos en la movida alternativa de Chapinero. Integró el colectivo Bat Beat, dedicado a la promoción de la cultura gótica y underground. Editorialista independiente y creador de contenido en plataformas digitales.